El veganismo es y ha sido desde su misma acuñación un principio ético de rechazo a la explotación de los nohumanos. Es un imperativo que establece la conducta mínima correcta que debemos mantener en nuestra relación con el resto de los animales. Sin embargo, hay veganos que interpretan que el término explotación es algo limitado y que al reivindicar su rechazo no estamos englobando toda la obligación moral directa que tenemos para con ellos. No estoy de acuerdo con esa apreciación, y considero que el error viene motivado por una mala interpretación de su significado.
Explotación, en su más estricto sentido semántico, significa sacar un provecho o beneficio a costa de algo o de alguien; pero no debemos hacer una interpretación sesgada de beneficio. Un beneficio material es sólo una forma de beneficio. Cualquier deseo o pretensión satisfecha en nuestro favor es también un beneficio.
Explotar algo o a alguien es creernos con derecho a usarlo a nuestro antojo. En el caso de las cosas, los objetos, no hay en sí ningún factor que impida su ejercicio, y toda restricción estará movida por los intereses que otros puedan mantener en ellos. No podemos robar, destruir o usar, en general, aquello que pertenezca o de lo que dependa alguien que no haya dado su consentido. Pero si no hay nadie que necesite o tenga relación con alguna cosa, o si contamos con su plena aprobación, entonces nada nos impedirá su explotación.
Las personas, en cambio, contamos con un valor moral inherente e inalienable (la dignidad de la que hablaba Kant) que debe ser siempre respetado y colocado por encima de cualquier otro valor que queramos dar a los sujetos. Es por ello que la explotación de personas es inherentemente inmoral, porque implica negar o supeditar su valor moral en favor de su valorinstrumental. Explotar a alguien es sinónimo de cosificarlo; vulnerar sus más básicos derechos individuales hasta reducirlo a la condición de cosa, violando de este modo los principios de igualdad y respeto al valor intrínseco en los que se sostiene la ética. Es tomarnos la libertad de hacer con ese alguien lo que nos plazca y sin su consentimiento. Cosificar a alguien, dicho sea de paso, no significa verlo literalmente como una silla, sino que el trato o la relación que tenemos con él —la libertad que nos tomamos hacia él— se asemeja más al que tendríamos con un objeto que con una persona.
Por eso, los asesinatos, la esclavitud, las violaciones, etc. no son sucesos diferentes de la explotación, sino que representan explotación en sí mismos, unas formas concretas de explotación. El asesino cosifica a su víctima, viola los principios de dignidad e igualdad, y se cree con derecho a hacer lo quiera con ella. Eso es explotación. Por eso no todas las muertes provocadas sobre alguien cobran el calificativo de asesinato, porque no todas entran en la categoría de explotación, existiendo en tales casos conceptos como accidente u homicidio involuntario.
Es importante tener esto claro para entender que el veganismo, como principio que rechaza la explotación de los demás animales, no está condenando sólo las granjas, las piscifactorías, las circos, los zoológicos o los trabajos forzados, sino todas aquellas situaciones en las que se produzca una subyugación humana sobre ellos. Todos los seres sintientes somos personas, individuos con intereses, voluntad y conciencia, todo lo cual nos convierte en fines en nosotros mismos y no en meros medios para los fines ajenos, representando la explotación de alguien precisamente la vulneración de dicha condición. Esa es la manera en que Leslie Cross lo explicaba hace ya 70 años en su definición de veganismo:
«Lo que está mal, según el veganismo, podría resumirse en una sola palabra: explotación (o sea, considerar a los animales [nohumanos] meramente como medios para fines humanos)».
Texto original por LLUVIA CON TRUENOS