Los humanos establecimos nuestra Carta de Derechos Humanos al basarnos en los intereses inalienables de todos y cada uno de nosotros de acuerdo con los principios físicos y químicos que rigen nuestra propia existencia. Atendiendo a la biología, podemos determinar que poseemos un sistema nervioso capaz de convertir estímulos en experiencias, un complejo polivalente cual nos dota de una visión subjetiva del mundo y nos proporciona una conciencia propia. Esta generalidad expresada en términos de «ser humano», resulta asimismo aplicable en distintos grados a todas aquellas criaturas poseedoras de un sistema nervioso. Entonces, ¿por qué somos los únicos animales con derechos? Aquí trataremos de explicar por qué los demás animales merecen derechos según el principio de igualdad.
Tradicional y culturalmente, los seres humanos se han autodesignado superiores a los restantes seres por el mero hecho de no ser como nosotros. Para excusar nuestro comportamiento hacia ellos y poder así excluirlos de toda visión ética que pudiera hacernos sentir mal o culpables por nuestros actos, fuimos recurriendo a diferentes argumentos arbitrarios y sesgados. La mayoría de las razones aportadas acerca de la superioridad humana radica en sobrevalorar y encumbrar nuestras capacidades cognitivas. No obstante, quienes comparten este pensamiento no parecieron (o no parecen) percatarse de que ninguna cualidad catalogada como estrictamente humana se manifiesta en todos los individuos humanos ni aparece de modo espontáneo.
Científicamente, las diferencias encontradas entre los Homo sapiens y otras especies animales no son de clase, sino de grado. Casi todas las variables que conforman los seres vivos son continuas. Siempre que nos apoyemos en variables de tal índole (inteligencia, memoria, razonamiento, etc.) caeremos irremediablemente en la arbitrariedad. En consecuencia, sólo una variable discreta (binaria) podría servir para separar entre especímenes. Si vamos bajando desde organismos más «complejos» a menos, descubriremos que una variable trascendental es la capacidad de sentir. Ésta se tiene o no se tiene. Solamente contamos con intereses si sentimos y, para poseerlos, se requiere un sistema nervioso que canalice y analice la información cual nos llegue a partir de los sentidos o a través de nuestro propio cuerpo.
Nosotros defendemos nuestros intereses en forma de «derecho». Dado que no somos los únicos con intereses, ¿por qué les negamos a otros animales sus derechos (la defensa de sus intereses)? ¿Dónde queda el principio de igualdad?
La lógica del derecho puesta a prueba
Hasta la fecha ha habido muy pocos avances en dicho sentido o no se han enfocado como debieran. Así, por ejemplo, existe el llamado Proyecto Gran Simio, que defiende la extensión y aplicación de los derechos humanos para aquellos primates más semejantes a nosotros. Sin embargo, este planteamiento no valdrá para solucionar los problemas de estos animales tan listos. La lógica formal se apoya rigurosamente en la analogía para probar la consistencia de un argumento. Defender, pues, que los primates son animales «especiales» por su inteligencia genera inevitablemente otra línea imaginaria entre variables continuas y no discretas. Si supusiéramos que los primates tuviesen un cociente intelectual medio igual a 40 en escala humana y si estableciéramos ahí el límite entre «animal con derechos» y «animal sin derechos» estaríamos, por ende, justificando y legitimando la creación de otras barreras irreales basadas en rasgos catalogados como humanos. Si separamos según variables continuas estaríamos afirmando análogamente que, por ejemplo, personas humanas con un cociente intelectual de 150 debieran tener más derechos por contar con «rasgos más avanzados y potencialmente desarrollados» que aquellos sujetos «normales» o discapacitados psíquicos; lo cual se manifiesta claramente falso.
Las legislaciones del mundo moderno catalogan a todos los animales no humanos como «bienes muebles semovientes» (objetos con capacidad de movimiento autónomo). El derecho legal separa tres entes según su relación con el propio derecho. Éste es el arquetipo básico aplicable a la totalidad de las naciones:
Sujeto de derechos (humanos). Se divide a su vez en agentes morales (responsables de sus actos) y receptores morales (no conscientes de sus actos). Ambos comparten un derecho intrínseco(inherente al individuo). Son, por tanto, fines en sí mismos.
Objeto de derechos (otros animales): Su valor subyace en aquél que le asigne un sujeto de derecho (humano). Sus derechos son extrínsecos (dependientes de otros). Son, por tanto, legalmente propiedades y esclavos del ser humano: fines en beneficio del hombre.
¿Acaso los demás animales surgieron en la Tierra con el mero propósito de satisfacernos? ¿Hay justicia en esta distinción? Para ambos interrogantes, no. Desde luego que no. Los humanos hemos convertido el principio de igualdad en algo solamente nuestro.
Un problema de enfoque
Con una frecuencia escalofriante se recurre al bienestarismo para justificar el abuso. Empero, lo ético o inético no reside en lo malo o lo bueno tras la acción, sino en la acción en sí misma. Si tomamos el caso de un hombre inocente encerrado en prisión, donde supongamos que lo tratan de maravilla; nadie en su sano juicio alegaría que, considerando el buen trato, habría de seguir en la cárcel. Un inocente no ha de estar preso; pues bien, todos los animales somos inocentes de antemano y exclusivamente los agentes morales podemos dejar de serlo al burlar los derechos de un tercero.
Nuestro raciocinio nos permite diferenciar el bien del mal y construir una vida con base en la lógica. Si realmente nos estimamos los seres más avanzados cognitivamente, es nuestro compromiso inapelable respetar la naturaleza y liberar a las criaturas sintientes de la esclavitud en cual las hemos sumido.
Admitamos de una vez que no tenemos criterio ni legitimidad moral para continuar explotando a las restantes especies animales. Debemos alejarnos del antropocentrismo cual lleva dominándonos desde hace miles de años y aceptar el principio de igualdad (no hacerles a otros aquello que no desearíamos para nosotros) en la defensa de los intereses de todos.
El único imperativo ético que defiende los Derechos Animales es el veganismo.